lunes, 18 de febrero de 2013

Mi viaje a Estados Unidos


Hace ya un tiempo curioso, el día 8 de enero de este año, salí muy temprano desde mi casa, hacia el aeropuerto de Sevilla. Salimos alrededor de las 6 de la mañana, y un compañero de trabajo de mi padre nos llevó en su coche allí. Yo como no, estaba que no me lo podía creer. ¡Iba a ir a Estados Unidos! Sinceramente me esperaba un viaje eterno, con muchas esperas tanto de ida como de vuelta. Después de todo, en parte tenía y no razón.

Llegamos a Sevilla, y yo seguía contemplando el papel donde ponía nuestra hora de salida. De ahí, nos desviamos a Madrid. Unas horas más tarde, admirando los colores y lo grande que era la T4, comemos y esperamos en la puerta de embarque a que salga el siguiente avión. Ese momento, era el de más nerviosismo, ya que sería el vuelo más largo del viaje de ida.

Fuimos en un airbus, grandes como ellos solos, en los que cabía una cantidad bastante grande de gente. Entramos, y había todo tipo de comodidades, como mantas, asientos reclinables, cargadores, auriculares... ¡Lástima que yo fuera en la parte de atrás! Allí solo había mantas. Después de unas películas, y dos libros, (si, dos libros) llegamos a nuestro destino, el aeropuerto de New York (dónde volveríamos días más tarde) y lo primero que notamos cuando llegamos es, para empezar, el frío que hacía, y después lo ariscos que son los policías de allí. Tuvimos que pasar varios controles de seguridad, pero tras un rato quitándome o poniéndome mis cosas para pasarlos, cogimos el siguiente avión, directo a Washington.

A la hora de llegada estábamos ya rendidos, aunque claro yo seguía con los ojos como platos con lo que estaba viendo (reconozco que me emocioné más de la cuenta cuando vi un autobús amarillo). Después de alquilar los coches, y probar un poco el idioma, me di cuenta de que lo entendía todo y me podía comunicar bien, así que no había ningún problema. Increíblemente todo nos fue bien hasta que llegó la hora de configurar el Tom-Tom e ir al hotel con él. Fue una pesadilla, y todo un reto.

Llegamos, y cuando vimos el sofá de la entrada, nos dio igual que la tele estuviese sonando en inglés, o que la gente se comunicase en un idioma diferente al nuestro; nos desplomamos en el sofá, a excepción de mi padre, que era el que habló con la gente de recepción (que por cierto, dominaban el español) para que nos diesen las habitaciones, tarjetas, y todo lo que conlleva este tipo de cosas. Los siguientes recuerdos que tengo son camas muy muy altas, un calefactor, cuyo ruido a tractor oxidado me llevó directo al cielo, y ver Bob Esponja en inglés. Me propuse hacer eso último desde que salí de Madrid.

Nuevo día por la mañana. Me levanto dispuesto a hacerme el desayuno y recuerdo que claro, ¡había buffet libre! Cuando estuve por el salón, donde se servía el desayuno, me detuve a ver un poco las noticias, y leer un poco un periódico en inglés, como no jejeje.

Ya los siguientes días se pasaron más rápido de lo que deberían haberse pasado, y claro, con -8º C cada día, uno en parte lo agradece, y en parte no. También tuve el suficiente tiempo como para comprobar y desmentir ciertos rumores. Por ejemplo, es cierto que hay muchísimos restaurantes de comida basura y rápida (había incluso señales por la carretera), pero no es cierto la obesidad general que dicen. Eso sí, me encontré con unas cuantas personas que iban en un carrito, porque no se podían desplazar debido a su peso, lo cual me desmotivó un poco.


Vale, había visitado Washington, visto el panorama, hablado bastante en inglés, y leído algún que otro periódico. ¿Qué tocaba ahora? Ni más ni menos, que visitar un fin de semana Nueva York. Solo cabe decir, que era impresionante. El viaje en coche se hizo muy corto, y nos pasamos todo el rato comentando lo que íbamos a ver, e incluso cantando con la radio a ratos. Y de repente, puff... Entramos en los límites de Nueva York capital. Era impresionante, y todos estábamos boquiabiertos y ojipláticos. Taxis amarillos por cada dos coches en la carretera, edificios que tapaban la luz del sol y todos hechos a partir de cristal, gente de todas las nacionalidades, y cuando digo todas, digo todas. Todos andando de aquí para allá, metidos en sus asuntos y con un móvil o tablet andando al mismo tiempo. Otro rumor que tengo que confirmar es el de los Starbucks y los puestos de perritos calientes. Había uno en cada esquina. Y no exagero. Allí donde miraras había perritos y Starbucks.

Lo que siguió a esa primera visita fue increíble. Nos recorrimos las partes más importantes de Nueva York en día y medio. ¡Día y medio! Vamos por partes. El Pulmón de Nueva York, Central Park. 5 kilómetros de parque. ¿Os sabe a poco saber eso? Era estar dentro de una película. Saxofonistas y músicos de todas las edades y razas tocando debajo de cada túnel, ardillas, gente gritando, niños jugando, piedras y superficies enormes, e incluso ¡una pista de hielo! Luego tenemos el Empire State Building, una de las construcciones más altas de Nueva York (y creedme, eso es decir mucho). Dentro todo era fantástico, muy trabajado y decorado, con detalles de la construcción de éste, y detalles de la película “King Kong”. Una cosa que me sorprendió fue la cantidad de controles de seguridad que había dentro (aunque imaginad que volasen de nuevo un símbolo emblemático de la ciudad). Arriba, el frío se había multiplicado por diez, y el viento aún más. Eso sí, las vistas de la ciudad de Nueva York, por la noche, pudiendo contemplar todas las luces, era asombroso.

Luego está claro, la Quinta Avenida, con miles, y miles, y miles de tiendas en ella. Iglesias, monumentos, are contemporáneo, ¡un hombre haciendo un sólo de batería en medio de la calle!, más perritos calientes, más Starbucks, y sobretodo, muchas banderas americanas y edificios que parecían no acabar jamás. Todo eso, a pie. Horriblemente cansado, pero mereció la pena. Vimos una zona en la que, digno de mencionar había dos cosas que me llamaron la atención. La primera (de la cual, desgraciadamente no recuerdo el nombre) era una zona financiera con bastantes banderas de miles de nacionalidades, y con una pista de patinaje enorme abajo (si, otra pista de patinaje) y una tienda de legos. La tienda, diréis, es algo muy común, pero no. Tenían maquetas de legos enormes, y cuadros hechos de este material solamente. Increíble. Había incluso un dragón que cruzaba toda la tienda.


Al final del día, tuvimos la suerte de ver Times Square. Si Nueva York de día es impresionante, de noche esta sensación queda totalmente eclipsada por la otra. Luces, muchas luces, y pantallas LED del tamaño de un edificio, solo para anunciar un producto, o una película. Pero claro, paneles de estos, no solo había uno, ¡sino docenas de ellos! También recuerdo una noria, dentro de una tienda de juguetes. Sí, una noria, con sus cabinas y todo girando dentro de una juguetería. Todo a lo grande. Otro anuncio curioso era el siguiente: Tú pagabas una pequeña cantidad de dinero, te echabas una foto, y la ponían en la pantalla más grande de todo Time Square durante cuarenta segundos. “Your forty seconds of glory” lo llamaban. También había unas gradas. con una cámara en lo alto, conectada a una pantalla. Podrías salir gratis en una pantalla muy grande, pero claro, tenías que abrirte paso por entre toda la otra gente.

Bien, ¿qué queda? Pues bien, os lo creáis o no, falta la típica la actuación pública de gente saltando y dando volteretas. Y como no, la vi con mi propios ojos (creo que el que más brincos daba era yo, por la emoción). Pues bien, os lo creáis o no, ¡me quisieron sacar! Todo consistía en seguir sus instrucciones, y seguir las instrucciones “Nobody moves, nobody will die tonight”. Al final, les dije que no, porque no entendía y porque había mucha gente grabando.

Por último pero no menos importante, visitamos el distrito financiero, incluyendo por supuesto la zona que antes ocupaban las Torres Gemelas. En esa zona ahora estaban levantando 4 torres, en vez de dos, dejando la zona de las antiguas torres convertidas en piscinas con parques y turistas yendo a todos lados. Luego, el puente de Brooklyn, lucía como en las películas. Tuve la ocasión de observarlo con un mirador, y se podía ver a la gente de la otra parte del puente caminando y saludando.

Llegaron los últimos días. Todos tristes, cansados, y ya añorantes sin siquiera haber abandonado el país. También reconozco que mi maleta pesaba más que cuando llegué; iba cargada con muchos recuerdos y experiencias nuevas. Vuelta atrás en el avión. Otra vez, controles, vuelos largos y pesados, y pasar una noche entera volando en un avión (no dormí nada, por supuesto). Pero bueno, al final de todo, llegamos sanos y salvos a Madrid, desde donde cogimos un vuelo directo a Jerez. Ese fue sin duda el mejor vuelo de todos porque, para empezar, todo estaba en mi idioma, y la gente hablaba en español, y segundo porque el tiempo por la mañana era espléndido, y comparado con los -8º C constantes de allí, me supo a gloria. Y os parezca extraño o no, una de las cosas que más me sacó una sonrisa al llegar, fue ver a mi familia, a mis hermanos, pero sobretodo, comer un plato de lentejas. 

Javier Barea (3º ESO B)