Hace ya un tiempo curioso, el día 8 de enero de este año, salí muy
temprano desde mi casa, hacia el aeropuerto de Sevilla. Salimos alrededor de
las 6 de la mañana, y un compañero de trabajo de mi padre nos llevó en su coche
allí. Yo como no, estaba que no me lo podía creer. ¡Iba a ir a Estados Unidos!
Sinceramente me esperaba un viaje eterno, con muchas esperas tanto de ida como
de vuelta. Después de todo, en parte tenía y no razón.
Llegamos a Sevilla, y yo seguía contemplando el papel donde ponía
nuestra hora de salida. De ahí, nos desviamos a Madrid. Unas horas más tarde,
admirando los colores y lo grande que era la T4, comemos y esperamos en la
puerta de embarque a que salga el siguiente avión. Ese momento, era el de más
nerviosismo, ya que sería el vuelo más largo del viaje de ida.
Fuimos en un airbus, grandes como ellos solos, en los que cabía
una cantidad bastante grande de gente. Entramos, y había todo tipo de
comodidades, como mantas, asientos reclinables, cargadores,
auriculares... ¡Lástima que yo fuera en la parte de atrás! Allí solo había
mantas. Después de unas películas, y dos libros, (si, dos libros) llegamos a
nuestro destino, el aeropuerto de New York (dónde volveríamos días más tarde)
y lo primero que notamos cuando llegamos es, para empezar, el frío que hacía, y
después lo ariscos que son los policías de allí. Tuvimos que pasar varios
controles de seguridad, pero tras un rato quitándome o poniéndome mis cosas
para pasarlos, cogimos el siguiente avión, directo a
Washington.

A la hora de llegada estábamos ya rendidos, aunque claro yo
seguía con los ojos como platos con lo que estaba viendo (reconozco que me
emocioné más de la cuenta cuando vi un autobús amarillo). Después de alquilar
los coches, y probar un poco el idioma, me di cuenta de que lo entendía todo y
me podía comunicar bien, así que no había ningún problema. Increíblemente todo
nos fue bien hasta que llegó la hora de configurar el Tom-Tom e ir al hotel con
él. Fue una pesadilla, y todo un reto.
Llegamos, y cuando vimos el sofá de la entrada, nos dio igual que
la tele estuviese sonando en inglés, o que la gente se comunicase en un idioma
diferente al nuestro; nos desplomamos en el sofá, a excepción de mi padre, que
era el que habló con la gente de recepción (que por cierto, dominaban el
español) para que nos diesen las habitaciones, tarjetas, y todo lo que conlleva
este tipo de cosas. Los siguientes recuerdos que tengo son camas muy muy altas,
un calefactor, cuyo ruido a tractor oxidado me llevó directo al cielo, y ver
Bob Esponja en inglés. Me propuse hacer eso último desde que salí de Madrid.
Nuevo día por la mañana. Me levanto dispuesto a hacerme el
desayuno y recuerdo que claro, ¡había buffet libre! Cuando estuve por el salón,
donde se servía el desayuno, me detuve a ver un poco las noticias, y leer un
poco un periódico en inglés, como no jejeje.
Ya los siguientes días se pasaron más rápido de lo que deberían
haberse pasado, y claro, con -8º C cada día, uno en parte lo agradece, y en
parte no. También tuve el suficiente tiempo como para comprobar y desmentir
ciertos rumores. Por ejemplo, es cierto que hay muchísimos restaurantes de
comida basura y rápida (había incluso señales por la carretera), pero no es
cierto la obesidad general que dicen. Eso sí, me encontré con unas cuantas
personas que iban en un carrito, porque no se podían desplazar debido a su
peso, lo cual me desmotivó un poco.
Vale, había visitado Washington, visto el panorama, hablado
bastante en inglés, y leído algún que otro periódico. ¿Qué tocaba ahora? Ni más
ni menos, que visitar un fin de semana Nueva York. Solo cabe decir, que era
impresionante. El viaje en coche se hizo muy corto, y nos pasamos todo el rato
comentando lo que íbamos a ver, e incluso cantando con la radio a ratos. Y de
repente, puff... Entramos en los límites de Nueva York capital. Era
impresionante, y todos estábamos boquiabiertos y ojipláticos. Taxis amarillos
por cada dos coches en la carretera, edificios que tapaban la luz del sol y
todos hechos a partir de cristal, gente de todas las nacionalidades, y cuando
digo todas, digo todas. Todos andando de aquí para allá, metidos en sus asuntos
y con un móvil o tablet andando al mismo tiempo. Otro rumor que tengo que
confirmar es el de los Starbucks y los puestos de perritos calientes. Había uno
en cada esquina. Y no exagero. Allí donde miraras había perritos y Starbucks.

Lo que siguió a esa primera visita fue increíble. Nos recorrimos
las partes más importantes de Nueva York en día y medio. ¡Día y medio! Vamos
por partes. El Pulmón de Nueva York, Central Park. 5 kilómetros de parque. ¿Os
sabe a poco saber eso? Era estar dentro de una película. Saxofonistas y músicos
de todas las edades y razas tocando debajo de cada túnel, ardillas, gente
gritando, niños jugando, piedras y superficies enormes, e incluso ¡una pista de
hielo! Luego tenemos el Empire State Building, una de las construcciones más
altas de Nueva York (y creedme, eso es decir mucho). Dentro todo era
fantástico, muy trabajado y decorado, con detalles de la construcción de éste,
y detalles de la película “King Kong”. Una cosa que me sorprendió fue la
cantidad de controles de seguridad que había dentro (aunque imaginad que
volasen de nuevo un símbolo emblemático de la ciudad). Arriba, el frío se había
multiplicado por diez, y el viento aún más. Eso sí, las vistas de la ciudad de
Nueva York, por la noche, pudiendo contemplar todas las luces, era asombroso.
Luego está claro, la Quinta Avenida, con miles, y miles, y miles
de tiendas en ella. Iglesias, monumentos, are contemporáneo, ¡un hombre
haciendo un sólo de batería en medio de la calle!, más perritos calientes, más
Starbucks, y sobretodo, muchas banderas americanas y edificios que parecían no
acabar jamás. Todo eso, a pie. Horriblemente cansado, pero mereció la pena.
Vimos una zona en la que, digno de mencionar había dos cosas que me llamaron la
atención. La primera (de la cual, desgraciadamente no recuerdo el nombre) era
una zona financiera con bastantes banderas de miles de nacionalidades, y con
una pista de patinaje enorme abajo (si, otra pista de patinaje) y una tienda de
legos. La tienda, diréis, es algo muy común, pero no. Tenían maquetas de legos
enormes, y cuadros hechos de este material solamente. Increíble. Había incluso
un dragón que cruzaba toda la tienda.

Al final del día, tuvimos la suerte de ver Times Square. Si Nueva
York de día es impresionante, de noche esta sensación queda totalmente
eclipsada por la otra. Luces, muchas luces, y pantallas LED del tamaño de un edificio,
solo para anunciar un producto, o una película. Pero claro, paneles de estos,
no solo había uno, ¡sino docenas de ellos! También recuerdo una noria, dentro
de una tienda de juguetes. Sí, una noria, con sus cabinas y todo girando dentro
de una juguetería. Todo a lo grande. Otro anuncio curioso era el siguiente: Tú
pagabas una pequeña cantidad de dinero, te echabas una foto, y la ponían en la
pantalla más grande de todo Time Square durante cuarenta segundos. “Your forty
seconds of glory” lo llamaban. También había unas gradas. con una cámara en lo
alto, conectada a una pantalla. Podrías salir gratis en una pantalla muy
grande, pero claro, tenías que abrirte paso por entre toda la otra gente.
Bien, ¿qué queda? Pues bien, os lo creáis o no, falta la típica la
actuación pública de gente saltando y dando volteretas. Y como no, la vi con mi
propios ojos (creo que el que más brincos daba era yo, por la emoción). Pues
bien, os lo creáis o no, ¡me quisieron sacar! Todo consistía en seguir sus
instrucciones, y seguir las instrucciones “Nobody moves, nobody will die
tonight”. Al final, les dije que no, porque no entendía y porque había mucha
gente grabando.
Por último pero no menos importante, visitamos el distrito
financiero, incluyendo por supuesto la zona que antes ocupaban las Torres
Gemelas. En esa zona ahora estaban levantando 4 torres, en vez de dos, dejando
la zona de las antiguas torres convertidas en piscinas con parques y turistas
yendo a todos lados. Luego, el puente de Brooklyn, lucía como en las películas.
Tuve la ocasión de observarlo con un mirador, y se podía ver a la gente de la
otra parte del puente caminando y saludando.
Llegaron los últimos días. Todos tristes, cansados, y ya añorantes
sin siquiera haber abandonado el país. También reconozco que mi maleta pesaba
más que cuando llegué; iba cargada con muchos recuerdos y experiencias nuevas.
Vuelta atrás en el avión. Otra vez, controles, vuelos largos y pesados, y pasar
una noche entera volando en un avión (no dormí nada, por supuesto). Pero bueno,
al final de todo, llegamos sanos y salvos a Madrid, desde donde cogimos un
vuelo directo a Jerez. Ese fue sin duda el mejor vuelo de todos porque, para
empezar, todo estaba en mi idioma, y la gente hablaba en español, y segundo
porque el tiempo por la mañana era espléndido, y comparado con los -8º C
constantes de allí, me supo a gloria. Y os parezca extraño o no, una de las
cosas que más me sacó una sonrisa al llegar, fue ver a mi familia, a mis
hermanos, pero sobretodo, comer un plato de lentejas.
Javier Barea (3º ESO B)